viernes, 26 de junio de 2015

ENGAÑOS EN RUMANIA

 

Volviendo a la última noche de Budapest, mi compañero Santiago me seguía comentando eventos, esta vez sobre el país siguiente en nuestro viaje: Rumanía.
 
 

 

–Pues – me decía Santiago– que no sé si por el idioma, los rumanos me resultan más simpáticos, más latinos, como la historia nos enseña. ¿En dónde se iba a permitir un camarero gritarnos: ¡Franco Caudillo!?


– ¿Y qué me dices de la buscona y su comparsa que estuvieron a punto de engañarme?- Le comentaba yo.


– ¡Cómo que engañarte! –Me decía Santiago– Si no hubiera sido por el camarero argentino y nosotros, habrías caído en sus redes. No sé con qué consecuencias, teniendo en cuenta los curiosos acompañantes que llevaba.


–Parece mentira que este negocio también exista en los países comunistas.


 

El asunto de la buscona y sus acompañantes merece la pena de ser contada:

Después de la visita a unos invernaderos, llegamos a tiempo al autobús, pues empezó a llover, y así siguió hasta Bucarest. Nos alojamos en el entonces denominado Hotel Unión, situado en la calle 13 de septiembre (supongo que tras la caída del muro, el hotel y la calle tendrán otro nombre). Cuando llegamos, nos sorprendió que todas las personas que se veían por el hotel llevaran uniformes militares. Debían de ser oficiales, pues llevaban diferentes estrellas en las bocamangas. Un compañero aclaró que, si estábamos invitados por el gobierno, esta vez debíamos de estar alojados en un hotel militar. A partir de ese momento, nos ocurrió lo mismo en los restantes hoteles de Rumanía, es decir, todos eran militares.


Tomamos posesión de nuestras habitaciones y bajamos a comer. Tanto las habitaciones como el restaurante eran castrenses, por llamarles de alguna forma, pues la limpieza era escasa, si bien, el hotel estaba muy céntrico. Tras una corta siesta y al ver que no cesaba la lluvia, cogimos nuestros paraguas para el paseo previsto de toma de contacto con la ciudad.


Salíamos un pequeño grupo y por las circunstancias, iba yo el primero blandiendo el paraguas y abriéndolo, como procede justo en la puerta del hotel. Al mismo tiempo que lo desplegaba, se colgó de mi brazo derecho, el que sujetaba el paraguas, una gachí muy maja y sonriente. – ¿Para qué iba a desprenderme de semejante compañía?– pensé yo.


Me dejé guiar por ella observando que detrás nos seguía el grupito de mis compañeros que, por cierto, no me perdía de vista. A su vez vi que detrás de mis colegas iba otro grupo de rumanos metiendo bulla. Mi gachí acompañante de vez en cuando se volvía hacia ellos y les contestaba algo se supone que en rumano. Yo pensaba para mí, estos tíos están jodidos porque me he ligado a una rumana. Guiado por ella, acabamos en una cafetería de dos plantas, condu­ciéndome a la segunda, donde tomamos asiento en una mesa y pedimos al camarero algo para beber. El grupito de rumanos bullangueros se sentó en una mesa cercana a la nuestra.


Estaba tratando de entenderme con la chavala, cuando apareció otro camarero que resultó ser argentino. Éste me dijo que bajara un momento a la planta baja, donde estaban sentados mis compañeros, que casualmente los había atendido él. Le dije a la chica que enseguida volvía y bajé.


Mis compañeros enseguida me pusieron al tanto. La chica estaba compinchada con el grupo de rumanos que nos habían seguido con el fin de, en la primera ocasión, limpiarme la pasta.


El camarero argentino, que conocía el tema, enseguida se dio cuenta y puso a mis compañeros al día. Así que, dándole las gracias al argentino, pusimos pies en polvorosa. ¡Qué ilusos somos a veces los hombres! Y jodo, hasta en los países comunistas había este tipo de delincuencia. Claro, que el comportamiento de algunos inmigrantes rumanos en el siglo XXI en España, no es precisamente ejemplar.


 


Este no fue el único hispano americano que encontramos en nuestro viaje. En aquella época, supongo que por el efecto ‘Che Guevara’, los latinos eran muy propensos a viajar a los países del Este de Europa, así como los comunistas iban a aprender español a Cuba y otros países hispanoamericanos. Todo por el progreso del comunismo en el mundo.

De todas formas, pienso ahora, que con la entrada de Bulgaria y Rumanía en la UE, nos están dando lecciones de los aspectos negativos que encierran sus culturas. Como contraste, nuestros emigrantes en los años 50–70, nunca fueron un problema para los países donde se asentaron. Al revés, eran muy apreciados.