Volviendo a la última noche de
Budapest, mi compañero Santiago me seguía comentando eventos, esta vez sobre el
país siguiente en nuestro viaje: Rumanía.
–Pues – me decía Santiago– que no sé si por el idioma, los rumanos me
resultan más simpáticos, más latinos, como la historia nos enseña. ¿En dónde se
iba a permitir un camarero gritarnos: ¡Franco Caudillo!?
– ¿Y qué me dices de la buscona y su comparsa que estuvieron a punto de
engañarme?- Le comentaba yo.
– ¡Cómo que engañarte! –Me decía Santiago– Si no hubiera sido por el
camarero argentino y nosotros, habrías caído en sus redes. No sé con qué
consecuencias, teniendo en cuenta los curiosos acompañantes que llevaba.
–Parece mentira que este negocio también exista en los países comunistas.
El asunto de la buscona y sus acompañantes merece
la pena de ser contada:
Después de la visita a unos invernaderos, llegamos a tiempo al autobús,
pues empezó a llover, y así siguió hasta Bucarest. Nos alojamos en el entonces
denominado Hotel Unión, situado en la calle 13 de septiembre (supongo que tras
la caída del muro, el hotel y la calle tendrán otro nombre). Cuando llegamos,
nos sorprendió que todas las personas que se veían por el hotel llevaran
uniformes militares. Debían de ser oficiales, pues llevaban diferentes
estrellas en las bocamangas. Un compañero aclaró que, si estábamos invitados
por el gobierno, esta vez debíamos de estar alojados en un hotel militar. A
partir de ese momento, nos ocurrió lo mismo en los restantes hoteles de
Rumanía, es decir, todos eran militares.
Tomamos posesión de nuestras habitaciones y bajamos a comer. Tanto las
habitaciones como el restaurante eran castrenses, por llamarles de alguna
forma, pues la limpieza era escasa, si bien, el hotel estaba muy céntrico. Tras
una corta siesta y al ver que no cesaba la lluvia, cogimos nuestros paraguas
para el paseo previsto de toma de contacto con la ciudad.
Salíamos un pequeño grupo y por las circunstancias, iba yo el primero
blandiendo el paraguas y abriéndolo, como procede justo en la puerta del hotel.
Al mismo tiempo que lo desplegaba, se colgó de mi brazo derecho, el que
sujetaba el paraguas, una gachí muy maja y sonriente. – ¿Para qué iba a
desprenderme de semejante compañía?– pensé yo.
Me dejé guiar por ella observando que detrás nos seguía el grupito de mis
compañeros que, por cierto, no me perdía de vista. A su vez vi que detrás de
mis colegas iba otro grupo de rumanos metiendo bulla. Mi gachí acompañante de
vez en cuando se volvía hacia ellos y les contestaba algo se supone que en
rumano. Yo pensaba para mí, estos tíos están jodidos porque me he ligado a una
rumana. Guiado por ella, acabamos en una cafetería de dos plantas, conduciéndome
a la segunda, donde tomamos asiento en una mesa y pedimos al camarero algo para
beber. El grupito de rumanos bullangueros se sentó en una mesa cercana a la
nuestra.
Estaba tratando de entenderme con la chavala, cuando apareció otro camarero
que resultó ser argentino. Éste me dijo que bajara un momento a la planta baja,
donde estaban sentados mis compañeros, que casualmente los había atendido él.
Le dije a la chica que enseguida volvía y bajé.
Mis compañeros enseguida me pusieron al tanto. La chica estaba compinchada
con el grupo de rumanos que nos habían seguido con el fin de, en la primera
ocasión, limpiarme la pasta.
El camarero argentino, que conocía el tema, enseguida se dio cuenta y puso
a mis compañeros al día. Así que, dándole las gracias al argentino, pusimos
pies en polvorosa. ¡Qué ilusos somos a veces los hombres! Y jodo, hasta en los
países comunistas había este tipo de delincuencia. Claro, que el comportamiento
de algunos inmigrantes rumanos en el siglo XXI en España, no es precisamente
ejemplar.
Este no fue el único hispano americano que
encontramos en nuestro viaje. En aquella época, supongo que por el efecto ‘Che
Guevara’, los latinos eran muy propensos a viajar a los países del Este de
Europa, así como los comunistas iban a aprender español a Cuba y otros países
hispanoamericanos. Todo por el progreso del comunismo en el mundo.
De todas formas, pienso ahora, que con la
entrada de Bulgaria y Rumanía en la UE, nos están dando lecciones de los
aspectos negativos que encierran sus culturas. Como contraste, nuestros
emigrantes en los años 50–70, nunca fueron un problema para los países donde se
asentaron. Al revés, eran muy apreciados.