miércoles, 29 de julio de 2015

RUMANIA (Paraíso en Mamaia e Infierno comunista en el delta del Danubio)


 

La noche no parecía que nos diera sueño, así que seguimos haciendo nuestra valoración del viaje.

 

–Sin embargo, en el hotel Majestic, en Mamaia, nos hicieron una recepción paradisíaca, imposible de creer para unos jóvenes graduados como éramos nosotros– me comentaba Santiago.


–Pues sí– corroboraba yo y añadía– Sin embargo, desde ese hotel nos llevaron al delta del Danubio, donde tuvimos una visión del infierno comunista, que en este momento todavía me sigue dando escalofríos.


 

La recepción paradisíaca en el Majestic merece ser contada.

Pasamos por el enclave turístico de Vama Veche y acabamos en una nueva zona turística, Mamaia, al norte de la ciudad de Constanza, otra vez en el Mar Negro. Llegamos a mediodía al hotel Majestic y, tras tomar posesión de nuestras habitaciones, pasamos a comer al restaurante.

Todos bajamos emocionados del lujo de las habitaciones, y la sorpresa fue aún mayor al ver el impresionante salón comedor. Era amplísimo, tenía el techo sobre elevado y uno de los laterales, el que daba a la playa, prácticamente acris­talado. Y nuevamente estaba repleto de turistas del Este.

Como en cada restaurante de los que veníamos disfru­tando desde Yugoslavia, en el propio salón había una orquesta que amenizaba los ágapes. Y lo mejor es que durante toda la semana en Rumanía estábamos totalmente invitados por el gobierno Rumano, presidido por el tristemente célebre Ceaucescu. Por la tarde, nuevamente disfrutamos de las playas del Mar Negro cada vez con más confianza.

La cena fue un preludio de las variadas sorpresas que nos tenía preparadas el gobierno rumano. El servicio de camareros nos sirvió a nosotros y a los innumerables turistas soviéticos un menú incomparable. A la llegada de los postres, la orquesta dejó de tocar, se apagaron las luces, y de la cocina empezó a salir una numerosa fila de camareros con bandejas en alto y flameadas, de tal forma que gracias a ellas veíamos el curso de los acontecimientos. Se oyó un ¡Ooooh! en toda la sala. Empezamos a comentar entre nosotros que debería haber alguien importante entre los soviéticos, pero para nuestra sorpresa atravesaron sus mesas y se dirigieron a las nuestras. ¡Las bandejas eran primero para nosotros! No cabíamos en sí de gozo. Don Joaquín y su señora estaban más emocionados que nosotros. Empezaron a servirles a los dos y luego al resto del grupo. La orquesta empezó a tocar aires españoles. Los soviéticos nos aplaudían. Era imposible de creer.

 

 

Pero el viaje por el delta del Danubio nos abrió los ojos al infierno comunista.

El jueves 24 de julio teníamos programada una visita turística por el gobierno rumano. Consistía en paseo en barco durante todo el día por el delta del Danubio (delta Dunari, en rumano), que se encontraba en las proximidades, llegando a la desembocadura en el mar Negro y volviendo al punto de origen.

Embarcamos en un pequeño navío, reservado en exclu­siva para nosotros, y empezamos a recorrer el río. A medida que avanzábamos, las dos orillas se fueron poblando de unos altos cañaverales que podrían alcanzar más de cuatro metros, de tal forma que parecía que estuviéramos circu­lando por un gran túnel vegetal, desde el que no veíamos nada salvo el agua.
 
Turismo en barco por el delta del Danubio


 
Cañaverales en el delta del Danubio


 
También pescadores

Íbamos entretenidos tratando de avistar algún pez desde la cubierta cuando de repente, a nuestra izquierda apareció un gran claro. En él pudimos observar varias decenas de hombres, sudorosos y con el torso desnudo, cortando las cañas junto a la orilla, vigilados por soldados con metralletas. Los hombres se quedaron parados, suspendiendo su trabajo, y observándonos en silencio, con caras serías y lastimosas por el duro trabajo que estaban haciendo. Nosotros también contuvimos nuestra respiración, y también nos quedamos callados por un corto período de tiempo, que nos pareció una eternidad. Estábamos a escasos metros unos de otros.

Santiago dijo:

–Parece un campo de trabajo.

Nadie contesto. Salvo el capitán del barco que aclaró en rumano, pero que todos pudimos entender:

–Esa es zona soviética.

Y viendo que algunos nos disponíamos a sacar nuestras instantáneas, aclaró:

–No se pueden hacer fotos.

Los soldados, amenazándoles con sus armas, empezaron a gritar a los cortadores de caña, que no tuvieron más remedio que volver a su trabajo. Y finalmente los perdimos de vista con el avance del barco.

Don Joaquín, después de hablar con el capitán, nos aclaró que la orilla izquierda era soviética y la derecha rumana.

Santiago, comento:

–A saber dónde tendrán los rumanos sus campos de trabajo.

Estuvimos algún tiempo anonadados haciendo comen­tarios sobre el asunto. Carlos Sherpherd apenas abrió la boca. Hasta que de cocina nos avisaron para la comida, que nos iba a ser servida en la cubierta del barco, pero a la sombra de toldos preparados al efecto, lo que no era desde­ñable por el fuerte calor húmedo ambiental. Y más después de haber visto las condiciones de trabajo de los presos. La comida estuvo a la altura de las precedentes, con el encanto añadido del lugar de servicio, que pronto nos hizo olvidar la experiencia anterior.

A la vuelta, debimos de circular por otro de los múlti­ples canales del Danubio, pues no pasamos por la zona del campo de trabajo. O bien, los presos habían acabado su des­graciada jornada.

Contando esta historia en el siglo XXI, alguien me decía que también Franco tuvo un campo de trabajo en el Valle de los Caídos. Claro, es cierto, pero en 1969 en ningún país occidental existían campos de trabajo. Y además, basta acudir a los escritos del premio Nobel de Literatura 1970, Alexander Solyenitzin, en concreto al libro Archipiélago Gulag, para saber las barbaridades que hicieron los sovié­ticos con los disidentes.

Curiosamente, Solyenitzin fue tan clarividente como para criticar, después de su vida en occidente, el capital liberalismo que ahora sufrimos.