Aquel 1º de mayo de
2007, había decidido ir a ver la manifestación de los sindicatos mayoritarios. La
crisis estaba comenzando y el paro empezaba a dejarse notar. Sin embargo, lo
que se veía en la manifestación era mucho delegado sindical. Los parados de alguna empresa conocida
brillaban por su ausencia.
Me habían dicho que para hacer méritos dentro de la
progresía, era muy importante acudir a este tipo de manifestaciones.
Efectivamente, reconocí a personas de mi empresa que no se caracterizaban
precisamente por su brillantez profesional y que supongo estaban ahí para
protegerse.
Por otro lado, estos sindicatos distaban mucho de la
profesionalidad de los sindicatos europeos. Con el tiempo algunos sindicatos,
como los del sector del automóvil, fueron cambiando para dar realmente servicio
a sus afiliados, pero las cúpulas sindicales estaban lastradas en el
franquismo.
Cuando volvía hacia mi casa elegí calles poco transitadas
que me ayudaran a reflexionar sobre lo que había visto. Pero esas reflexiones se vieron interrumpidas
al ver venir de frente a una joven con aspecto de alicaída. Cuando me crucé con
ella levantó la cabeza y vi en sus ojos llorosos, cansancio de la lucha por un
hueco decente en la vida. Esta imagen fue un presagio de lo que se avecinaba
para los jóvenes de la época de la crisis.