Como todas las mañanas, el capataz de la Unidad fue al
garaje a coger el coche que utilizaba para bajar a la parcela experimental de
investigación agraria, junto al río Gállego, en Zaragoza. Al no encontrarlo
tuvo que solicitar otro coche para poder hacer su labor y por supuesto
denunciar al director del Centro de Investigación su desaparición.
Una vez en la parcela y dando una vuelta a su alrededor, vio
que el coche perdido se encontraba en un camino abrupto y sin salida, entre el
boscaje de ribera del río. Se acercó al coche, no sin prevención, pues estaba
medio atascado y con las dos puertas delanteras abiertas de par en par.
Ya dentro del coche, un Renault 4L de los años 70, vio que
las llaves de contacto se encontraban en su lugar. En el asiento del
acompañante había abandonado un cinturón de pantalón de hombre. Puertas
abiertas, camino entre boscaje, llaves puestas, cinturón de hombre. El capataz
sin dudarlo pensó: encuentro de pareja abortado ante la presencia de alguna
otra persona. La pareja debió de tener que abandonar precipitadamente el asunto,
caminando a pie, de malas maneras por la orilla del rio, y el hombre, claro, sujetándose
los pantalones
Con estas suposiciones, el capataz recogió el coche y acudió
con la noticia de su recuperación al director, a quien entrego el cinturón.
Éste le dio la orden de no comentar nada a este respecto.
El director, por el tamaño del cinturón, supuso que el
funcionario debía de ser más bien delgado. Con esta premisa empezó a observar a
los varones del centro, entre los que me encontraba yo, que casualmente era de
la misma Unidad que el coche desaparecido. Después del consiguiente
interrogatorio fui descartado y siguió la búsqueda por otras Unidades.
Parece ser, pues con certeza no llegó a saberse, que el
hombre era de otra Unidad del Centro, pero, claro, si el coche era de nuestra
Unidad la mujer debía de ser de nuestra propia Unidad. ¡Caramba, caramba!