Falta una epopeya que nos sucedió en Budapest.
Por la tarde nos dieron tiempo libre.
Avistamos un gran paseo por la orilla izquierda del Danubio, por donde circulaban
grupos de jóvenes aprovechando probablemente que era sábado tarde. La mayor
parte de los grupos eran o de hombres o de mujeres, pero no mixtos. Vamos, como
en España en aquellos tiempos. Así que teníamos nuestra oportunidad. Íbamos
Santiago, Ignacio y yo, con lo que nos propusimos intentar ligar con algún grupo
de tres féminas, haciendo uso de nuestros pequeños conocimientos de francés. El
inglés todavía no tenía la fuerza que tiene hoy. Al principio no había forma de
entablar conversación, no sabíamos si porque no hablaban francés (en Hungría se
hablaba, aparte de húngaro, sobre todo ruso y alemán), o por el hecho de ser
extranjeros. Pero la suerte finalmente nos favoreció. Vimos un grupo de tres
chavalas que nos miraban de reojo, acompañado de risitas entre ellas.
Santiago dijo:
–Es señal inequívoca de que quieren ligar,
al menos, así sería en España.
Y efectivamente, empezamos a chapurrear
con ellas en francés. Cuando se enteraron de que éramos españoles, lo primero
que querían saber es, qué era eso del toreo. Ignacio les dijo que tal era la
afición, que cada español tenía un papel en las corridas de toros y que lo
ejercía cuando, por riguroso turno, le tocaba. Ahí es nada.
Yo les decía:
–Santiago es toreador, Ignacio
banderillero y yo picador.
Explicándoles el papel de cada operario,
se miraban incrédulas entre sí, pero el apoyo de Ignacio y Santiago pareció
convencerlas. Fue buena entrada, pues por lo menos provocó risas y seguimos con
otros temas en un ambiente más relajado.
Yo era el que más esfuerzos hacía por
entenderlas. Así que, de sus propias conversaciones en húngaro, idioma raro por
cierto, iba pescando palabras que me permitía adelantarme y ayudar a lo que
nos querían decir. Pero al cabo de un rato dijeron que ya no querían seguir con
nosotros. Pidiéndoles explicaciones nos dijeron:
–Bueno, con vosotros (por Santiago e
Ignacio) no nos importaría, pero con vuestro compañero (es decir yo) no
queremos seguir.
-¿Cuál
es el problema? –les decía ofendido.
Al
principio hacían remilgos, pero finalmente confesaron a mis compañeros en un
aparte, que yo era de la policía secreta húngara.
¡Dios mío cómo pude dar esa sensación!
Buscando una explicación, aparte de mi fea cara, llegué a la conclusión de que
mi afán por entenderlas les pudo llevar a ese resultado. No era raro en un país
donde nadie se fiaba de nadie.
De todas formas mi afán de cordialidad con
la gente, en algunas ocasiones me ha dado disgustos por malentendidos. Cuando
te pasas en atenciones con ciertas personas se creen con derecho a más.
Desgraciadamente, en mi vida, cuando esto ha sucedido y me daba cuenta, ya era
tarde.
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