martes, 3 de noviembre de 2015

SUCEDIO EN BUDAPEST


Falta una epopeya que nos sucedió en Budapest.

Por la tarde nos dieron tiempo libre. Avistamos un gran paseo por la orilla izquierda del Danubio, por donde circu­laban grupos de jóvenes aprovechando probablemente que era sábado tarde. La mayor parte de los grupos eran o de hombres o de mujeres, pero no mixtos. Vamos, como en España en aquellos tiempos. Así que teníamos nuestra oportunidad. Íbamos Santiago, Ignacio y yo, con lo que nos propusimos intentar ligar con algún grupo de tres féminas, haciendo uso de nuestros pequeños conocimientos de francés. El inglés todavía no tenía la fuerza que tiene hoy. Al principio no había forma de entablar conversación, no sabíamos si porque no hablaban francés (en Hungría se hablaba, aparte de húngaro, sobre todo ruso y alemán), o por el hecho de ser extranjeros. Pero la suerte finalmente nos favoreció. Vimos un grupo de tres chavalas que nos miraban de reojo, acompañado de risitas entre ellas.


Santiago dijo:

–Es señal inequívoca de que quieren ligar, al menos, así sería en España.

Y efectivamente, empezamos a chapurrear con ellas en francés. Cuando se enteraron de que éramos españoles, lo primero que querían saber es, qué era eso del toreo. Ignacio les dijo que tal era la afición, que cada español tenía un papel en las corridas de toros y que lo ejercía cuando, por riguroso turno, le tocaba. Ahí es nada.

Yo les decía:

–Santiago es toreador, Ignacio banderillero y yo picador.

Explicándoles el papel de cada operario, se miraban incrédulas entre sí, pero el apoyo de Ignacio y Santiago pareció convencerlas. Fue buena entrada, pues por lo menos provocó risas y seguimos con otros temas en un ambiente más relajado.

Yo era el que más esfuerzos hacía por entenderlas. Así que, de sus propias conversaciones en húngaro, idioma raro por cierto, iba pescando palabras que me permitía adelan­tarme y ayudar a lo que nos querían decir. Pero al cabo de un rato dijeron que ya no querían seguir con nosotros. Pidiéndoles explicaciones nos dijeron:

–Bueno, con vosotros (por Santiago e Ignacio) no nos importaría, pero con vuestro compañero (es decir yo) no queremos seguir.

-¿Cuál es el problema? –les decía ofendido.

Al principio hacían remilgos, pero finalmente confesaron a mis compañeros en un aparte, que yo era de la policía secreta húngara.

¡Dios mío cómo pude dar esa sensación! Buscando una explicación, aparte de mi fea cara, llegué a la conclusión de que mi afán por entenderlas les pudo llevar a ese resultado. No era raro en un país donde nadie se fiaba de nadie.

De todas formas mi afán de cordialidad con la gente, en algunas ocasiones me ha dado disgustos por malentendidos. Cuando te pasas en atenciones con ciertas personas se creen con derecho a más. Desgraciadamente, en mi vida, cuando esto ha sucedido y me daba cuenta, ya era tarde.

 
En aquel tiempo yo pensaba que había que ser buena persona con todas sus consecuencias. Hoy añadiría, pero no tonto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario